Para algo vivimos…
Será que me estoy poniendo viejo y me dio por añoranzas. Será que me voy dando cuenta que el tiempo pasa y tengo la absoluta claridad de que la vida es muy corta y por ello empiezo a hacerme preguntas trascendentes.
Comienzo a pensar y a recordar cosas en las que antes nunca me detuve. Recuerdo mi niñez y los caballos de mi infancia. En fin, los años están haciendo su trabajo. Este campesino que ahora vive en la ciudad está lleno de recuerdos galopantes que gimen atrapados en su memoria.
Para algo vivimos, para algo acertamos y nos equivocamos en la vida. Para algo nos detenemos un instante y reflexionamos. Como diría el poeta Pablo Neruda, confesamos que hemos vivido y queremos compartir algunas de esas experiencias que trotan y luchan por salir de nuestro pecho.
Los primeros caballos de mi infancia
No es muy grato el recuerdo de los primeros caballos de mi infancia. Fui el menor de diez hijos y como dicen por ahí, fui el más protegido de la familia. Pero ésta es una verdad a medias, pues nuestro padre fue un hombre con mucho carácter y se emborrachaba con frecuencia.
Todavía recuerdo cuando entraba a la casa de madrugada y a caballo, cuando regresaba de sus aventuras nocturnas y mi madre tenía que resguardarnos con ella en una habitación porque temía que no nos hiciera daño, aunque nunca nos puso un dedo encima. Nos asustábamos mucho, hasta que se quedaba dormido y al día siguiente, amanecía como si nada, a trabajar y a mandar en la labor cotidiana.
Recuerdo con nostalgia que mi padre me regaló un caballo negro. Le puse por nombre Azabache ¡Brioso y noble que era mi caballo Azabache! … No sabemos qué pasó, hubo una especie de epidemia o de peste ¡qué sé yo!… Murieron varios de los caballos, entre ellos, mi Azabache. Por esto digo, no es muy grato este recuerdo de los primeros caballos de mi infancia.
“Calladita te ves más bonita”
Independientemente de que en el fondo mi padre era un buen hombre, era como Juan Charrasqueado. Era bebedor, parrandero y jugador. Mi padre tenía una gran fortuna, tenía ganado y caballos pero perdió buena parte de todo esto. Gastó el dinero en mujeres, bebiendo y apostando.
Mi madre fue una mujer muy dócil, dominada continuamente por mi padre y me tocó a mí por ser el menor, estar muy apegado a ella y vi cosas muy injustas.
Yo veía continuamente como mi papá le decía a mi mamá que se callara, que tenía que ser como Santa Rita “que calladita se veía más bonita”… Esto lo tengo como un recuerdo muy vivo. Esto no se me olvida, mi mamá realmente se quedaba callada y velaba por todos nosotros.
Afortunadamente, las cosas han cambiado y hoy en día las mujeres tienen un poco más de autonomía y no tienen por qué estar aguantando que ningún hombre las maltrate y las domine. Esto lo veo clarito en mis nietas que no se aguantan malos tratos de nadie, todas estudiaron y aunque tienen sus maridos, son mujeres independientes y defienden solas sus derechos.
Pero mi padre era fantasioso y guerrero con los caballos
A pesar de estos recuerdos tristes, también guardo en mi memoria, los cuentos y las fantasías que se inventaba mi papá.
Él se imaginaba como un guerrero y nos contaba cuentos de batallas en las que él supuestamente participaba, era muy fantasioso, llegó a decirnos que éramos parientes del General José Antonio Páez y que él mismo lo había acompañado en algunas batallas y que sus caballos galopaban como hermanos por la sabana después de cada contienda.
Lo cierto es que sí era un hombre valiente que montado a caballo, llegó a perseguir a algunos bandoleros que hacían de la suyas en las haciendas y en la sabana y llegó a atraparlos. Mucha gente reconoció que mi padre era un verdadero guerrero de a caballo.
Los cuentos que nos contaba
Y así, nos contaba historias de otros héroes de Venezuela. Podíamos pasar horas, días enteros escuchando los cuentos de mi papá. Pudimos conocer las historias de sus caballos, los cuentos de aparecidos en los potreros, los de las ánimas solas que vagan por la sabana, los cuentos de los caballos que galopan por el pueblo con jinetes sin cabeza, las historias de la sayona ¡Uf¡ y … pare usted de contar.
La muerte de mi padre, al trote, como el guión de una película
Si algo me ha marcado en la vida, ha sido el haber acompañado a mi padre en su lecho de muerte. Por un lado lo estaba despidiendo y eso dolía, ya sabíamos que moriría y que le quedaba muy poco tiempo.
Por otra parte, mi padre no dejaba de delirar, de decir muchas cosas, de hablar de héroes y batallas. Mencionaba los nombres de sus caballos más queridos y también se acordó de mi Azabache, el caballo que me regaló cuando yo era un adolescente.
En fin, por un lado mi padre estaba muriendo, abandonando este mundo y por otro lado nos sorprendía con sus palabras, con todo lo que decía en su delirio infinito. Y la verdad es que en medio del dolor y la tristeza, luego comentábamos que nuestro padre en su lecho de muerte nos dio varios elementos que bien podrían servir para estructurar el guión de una película.
Mijo. ¡Deme un trago, que le estoy entregando mi alma a Dios!
Efectivamente, así era. Mi padre se estaba muriendo y tenía absoluta claridad del trance que estaba pasando. La vida es sabia y los seres humanos creamos esa sabiduría. Los tragos, la bohemia, la fantasía y los caballos formaron parte de la vida de mi padre y todo ello estuvo presente en su partida.
En medio de su agonía y de todas las imágenes y la desazón que abrigaría todo su cuerpo en esos momentos finales, me dijo textualmente: “Mijo. ¡Deme un trago, que le estoy entregando mi alma a Dios!”.
Al galope iba mi padre, rumbo a ese otro plano, siendo consecuente con lo que siempre fue y manteniendo su esencia. Yo no le negué ese trago. Le preparé un whisky y se lo di. Fue allí cuando comenzó verdaderamente la película que mi padre se dio a la tarea de estructurar de principio a fin.
Galopando y sin remedio al final de la partida y con sus héroes.
A mi padre le dio por recordar las historias que contaba, le dio por evocar los paseos por el campo, las aventuras que vivió en la sabana; pero sobre todo recordó sus caballos y lo que sabía de historia.
Lo que más me impactó en su delirio, fueron sus movimiento de cabeza y luego el estremecimiento de su cuerpo. Por instantes llegué a pensar que se levantaría de la cama o que saltaría de la misma. Se llenó de energía y transmitía una paz y una placidez que sólo podíamos entenderla en la convicción del descanso que alcanzaba después de su larga agonía.
Decía tantas cosas, algunas las entendíamos con claridad; otras frases a penas las balbuceaba; pero finalmente con la cabeza erguida, mi padre exclamó con voz clara y de forma muy nítida:
- ¡Qué viva el Libertados Simón Bolívar y su caballo Palomo!
Una vez que pronunció estas palabras, mi padre expiró y descansó para siempre.
Me quedo con todo lo bueno
Mi padre fue muy fuerte y muy difícil, pero me quedo con todo lo bueno: con el afecto que nos dio, con ese amor tan especial por los caballos. Me quedo con su interés por la historia y con sus buenas intenciones, que no fueron pocas. Los seres humanos somos un contraste de luces y sombras. Eso fue mi padre y soy yo. Somos hombres del campo por encima de todas las cosas.
Si escribimos el guión de la película o del cortometraje, no faltarán los caballos y alguna que otra garcita posada sobre sus lomos.
Referencias Bibliográficas:
https://www.gustavomirabal.es/gustavo-mirabal/el-verdadero-gustavo-mirabal-castro/
https://www.gustavomirabal.es/uncategorized/gustavo-mirabal-en-el-mundo-ecuestre/
https://www.gustavomirabal.es/equitacion/el-hipismo-en-venezuela-tiene-nombres/
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